Nunca tendré una fonda más linda que la que me hicieron mis amigas antes de venirme a Japón. Y sé que no habrá tampoco una guirnalda pegada con más cariño ni unos algodones de azúcar más llenos de esponjoso amor que esos. Y creo, en vista de los hechos, que no habrá un 18 más bizarro que el que acabo de vivir en Tokio.
Temprano en la mañana salí de Soshigaya House con 3 chilenos más. Vaya las cosas de la vida, conocía a una de Santiago. Todos unos amores llevaban un buen tiempo ya viviendo en Japón así que me guiaron en la travesía hasta el centro de eventos donde la Embajada celebraba las fiestas patrias. Primera buena sorpresa, en el mástil flameaba la banderita chilena… para que estamos con cosas, aunque lleve solo dos semanas acá igual me emociona nuestra estrellita.
Entro y en la sala todos pesan más que el promedio japonés, las caras más redonditas son la norma y el pelo negro, liso, perfecto, se aleja de la regla. La cueca suena en el aire y por un ratito se me olvida que estoy a miles de kilómetros de mi casa.
En la fiesta se bailó cueca, pascuense y hasta la presidenta se mandó un saludo dieciochero. Había pisco Sour, vino, empanadas, pastel de choclos y mi favorito …Pebre, oh, pebre, picoso manjar encebollado!! Así que me mande unos buenos pancitos y filo con el dragón, todos estábamos en la misma al final, total, todos éramos chilenos.
Pero las cosas se acabaron y tuve que pasar a la chelita, que no era ni chilena, pero bueno algo había que tomar, hasta que, básicamente nos empezaron a echar. Y ahí, la colada magnífica, me pegué como stick-fix al mismo grupo que me había llevado y para seguir celebrando con ellos… pero no había asado, no había chicha… y… a falta de todo eso…KARAOKE!!! jajaja Celebré el 18 en un lugar, lleno de luces colores y tecnología, en el que por un precio fijo (que no pagaría ni por una fonda en el Ritz) te daban todos, todos, todos, los tragos que quisieras. Y cantando “Wake me up before you go go”, “I´ll Survive” y “A la la la la loun” entre otros grandes clásicos del cancionero nacional, terminé on the ball, como cualquier septiembre en el litoral central. Claro que esto no era Algarrobo o Papudo, pero era tanta mi alegría que Shibuya, con sus carteles de neón y sus hordas de nipones avanzando como masa compacta, me pareció el símil de la ramada más pintoresca jamás vista.