4.10.09

¡Haga amigos! Me dijo mi mamá…


Primera semana de clases y ya logré comprender en esencia y cuerpo la experiencia del personaje tan denostado por todos, ese del que todos hemos escuchado, pero nadie conoce su historia a cabalidad, el pobre, pobre Teniente Bello. Es que… qué onda lo perdida!!!

Llegué el lunes en la mañana, media hora antes de que partiera mi clase, más nerd imposible … Ni siquiera fue a propósito, pero es que no sabía bien cuánto se iban a demorar los trenes que tenía que tomar. Ahí me siento y un malayo me empieza a hablar, uno de esos tipos lateros que uno dice: “Puuuucha, ojala que no todos mis compañeritos sean así”. Recién cuando faltan 10 minutos para que empiece la clase llega el resto… un conjunto bien poco homogéneo y definible. Mis classmates de a poco van saludando y me entero que vienen Mongolia, Tanzania, Tailandia, México y Suiza, Cuatro continentes en una sola sala de clases. La cosa se ve bien aspectada, ya saben que esto de la mezcla étnica no sólo me gusta, sino que me emociona a moriiirrr. Pero, para que les embolino más la perdiz, la sonrisa me duró cinco minutos más, porque apenas llegó la profesora se mandó unas cuatro frases y caché perfecto que este semestre no sería nada de fácil. Siendo bien, bien honesta entendí Ohaio Gozaimasu y de ahí todo sonaba a nada, pedazos de palabras inconexas, expresiones y risas que, según mi perspectiva no tenían nada que ver conmigo. Hasta que, claro, me di cuenta que todos me miraban fijo y que esperaban que respondiera algo… Pero, QUÉ? Seguramente nunca lo sabré porque sólo apliqué una buena sonrisa de cumpleaños, todos se rieron y siguió la clase… salvada, creo, espero. Si quedé como una idiota, al menos fui una idiota tierna.

Esa fue la tónica de la semana a excepción del martes, día bendito en el que tengo una clase en inglés. Communication Across Cultures, obviamente desde el primer segundo mi clase favorita, no sólo porque entendí todo, sino porque todo lo entendido me gustó. Imagínense un curso en el que durante seis meses les enseñen a descubrir sus falencias y sus capacidades para poder transformarse en una herramienta que permita el entendimiento entre culturas… como hecho a medida rosística, no?

A excepción de ese momento glorioso, mis otras seis clases fueron un signo de interrogación constante en mis ojos, en mis oídos y, sobre todo, en mi boca, que no fue capaz de emitir un sonido coherente durante las introducciones en las que todos querían saber muchas cosas de mí. Pero yo, más allá de decir que era de Chile y que era periodista me limitaba a mirar con cara risueña que en el fondo gritaba desesperada : “Ah, carambaaaa, qué quieren de mí! Aguántense un mes y ahí hablamos, vale?”.

Así la cosa pues, tengo fe, si le pongo pino, ganas, mucho estudio y atención, en un mes más estaré hablando algo decente. Ya saben cómo soy, esta lengua no me la va a ganar.